Obras Maestras del Cine Social y Político Mexicano
ENRIQUE Zamorano / GRUPO Informativo La Voz De Tantoyuca
Canoa (México, 1975) de Felipe Cazals
Felipe Cazals (fecha y lugar de nacimiento: 28 de julio de 1937, en Guéthary, Francia y registrado en Zapopan, Jalisco, México) es un realizador comprometido con el cambio.
En su amplia filmografía, sobre la temática social y política, podemos encontrar, por ejemplo, el documental Los que viven donde sopla el viento suave (México, 1973) que es, escribió Jorge Ayala Blanco (en el libro La condición del cine mexicano) un “típico documental echeverrista de auteur y primera película de denuncia aperturista… Son 64 minutos de muchas palabras en pocas imágenes. Pero gracias a ellas se llega a vislumbrar las precarias condiciones de vida de los Seris, prácticamente desconocidos por la conciencia nacional.”
Felipe Cazals dio un salto definitivo en su carrera al realizar, sucesivamente, tres célebres películas de fuerte contenido social y político, ya clásicas del cine mexicano: Canoa (México, 1975), la que nos ocupa, El apando (México, 1975) y Las Poquianchis (México, 1976).
De Canoa, inscrita en el libro “Las 100 mejores películas de cine social y político” de José Hernández Rubio (CACITEL, S. L., España, 2005), se señala en la sinopsis: “14 de septiembre de 1968. Cinco jóvenes empleados de la Universidad Autónoma de Puebla deciden ir a escalar el volcán La Malinche. El mal tiempo no les permite ascender, y tienen que pasar la noche en el pueblo de San Miguel Canoa, en las faldas del volcán. En esos días de conflictos estudiantiles, los jóvenes son tomados por agitadores comunistas y el pueblo -convencido por el párroco local de que los comunistas quieren poner una bandera rojinegra en la iglesia- decide lincharlos.
En el inicio de la película se lee: “EL REY SÓLO ES SEÑOR, DESPUÉS DEL CIELO Y NO BÁRBAROS HOMBRES INHUMANOS SI DIOS AYUDA NUESTRO JUSTO CELO ¿QUÉ NOS HA DE COSTAR?”: Lope de Vega, Fuenteovejuna, Acto III.
Comienza la película. ESTO SÍ SUCEDIÓ. 15 de septiembre de 1968, madrugada: La noticia del linchamiento. 16 de septiembre: Funeral, en la Cuidad de Puebla, de los muertos en Canoa y luego desfile militar, paralelamente al cortejo fúnebre, protestando para que se haga justicia. Créditos sobre escenas sin sonido, en blanco y negro, posteriores al hechos criminal, a la manera de “cine verdad” noticioso.
Después, una introducción estilo documental, en color, con voz fuera de cuadro, exponiendo, con imágenes, la geografía de la región, donde se encuentra el poblado y las condiciones socioconómicas de miseria de sus habitantes, en 1968.
A la fecha, la película sigue manteniendo su actualidad, tanto por su forma narrativa como por su contenido: Una especie de informador popular (el actor Salvador Sánchez), dirigiéndose a los espectadores, para explicar, en un español rústico, la situación, contrasta con la narración limpia de la voz fuera de cuadro que comienza a hablar sobre el cura del lugar (el actor Enrique Lucero). Terminada la introducción, donde hay pros y contras del hacer caciquil del cura, más allá de sus funciones eclesiásticas, un largo flashback inicia la tragedia.
La justificación del asesinato colectivo, por parte del cura, tiene visos de un cínico psicópata agorero, contrastando con la verídica versión del pregonero popular que habla del hecho. “Ya andan pidiendo casa por casa “quesque” para el arreglo con el gobierno por los muertos de la Universidad. A los que se metieron y a los que no. Por culpa de unos que “alevantó al’gente” ahora el pueblo “trai” juicio y ahora “trai sosto” con el gobierno. Mmh. Estábamos mal, ahora estamos “pior”. Mmh”. “Mmrr”. Y, al final, como siempre, todo se olvida con el paso del tiempo y que venga la siguiente injusticia.
Canoa sigue manteniendo su vigencia, porque denuncia la inconsciencia colectiva que impera todavía en un México despolitizado, donde impera la ley del monte: pobreza y miseria material y espiritual, fanatismo, corrupción, exigencias absurdas, intereses creados. La injusticia social se sigue haciendo presente, aquí y ahora. Se ve que la forma más deformada de la participación política es el fanatismo, en donde persiste la ignorancia que conduce a la violencia destructora, invitando a los espectadores a pensar en forma analítica y crítica.